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Dostoievski, Necháyev y Los demonios de la Rusia del XIX: el valor histórico de la literatura

Feodor Dostoyevsky (1821-1881). Undated photograph. --- Image by © Bettmann/CORBIS
Feodor Dostoyevsky (1821-1881). Undated photograph. — Image by © Bettmann/CORBIS

1. Introducción
Señalar que la literatura ha sido uno de los vehículos comunicadores de ideas por medio de la palabra es, realmente, una obviedad. Este mismo hecho ha posibilitado que la literatura haya sido un verdadero campo de batalla ideológico donde cada autor ha podido mostrar al mundo sus propias posturas e inquietudes, incluyendo aquí concepciones sociopolíticas, espirituales e identitarias. Incluso historiadores del nacionalismo como Hobsbawm, Gellner y Hastings, con sus notables diferencias, han señalado que la existencia de una producción literaria en lengua vernácula es una condición sine qua non para el desarrollo de una nacionalidad. Y aunque la literatura en Rusia no es diferente a las demás en lo que respecta a su tratamiento, no podemos pasar por alto una serie de características específicas que le dan ese carácter peculiar.
La literatura rusa ha sido considerada, a menudo, como un fenómeno reciente y tardío respecto de otras, pero igualmente dotada de una fuerte carga de crítica social, proporcionando al escritor un aura de héroe –al menos, desde una postura romántica y revolucionaria–, así como una forma de ahondar en el espíritu de todo un pueblo.

Decembrist Revolt by Georg Wilhelm Timm
Decembrist Revolt. Georg Wilhelm Timm. Imagen extraída de esta URL

La producción literaria del XIX, que es el caso que nos ocupa, fue, sin duda alguna, tan prolija como hermosa y comprometida, sobre todo tras la guerra contra Napoleón y el fallido golpe de los decembristas en 1825. Este siglo vería florecer las inconmensurables letras de autores de la talla de Pushkin, Turguénev, Tolstói o de Dostoievski, considerado por muchos como uno de los más grandes exponentes de la Literatura Universal y el mejor retratista del alma rusa de todos los tiempos, aun habiendo sufrido el castigo y la censura a pesar de haber simpatizado con el zarismo y la Ortodoxia.
Fiódor Dostoievski (1821-1881) fue vástago de su época, participando no sólo de la vida literaria de ésta, sino también de la política. En sus años de juventud su pensamiento puede enmarcarse dentro del socialismo utópico, formando parte de asociaciones como el Círculo de Petrashevski, donde se debatía y compartían ideas de forma clandestina. Sin embargo, el presidio que sufrió en Siberia (1849-1854) por pertenecer a esta asociación ilegal, acusada de conspirar contra el zar Nicolás I, le haría virar hacia posturas conservadoras y eslavófilas.

Sergei Necháyev
Sergei Necháyev

En general, sus obras reflejan tanto la miseria de la Rusia zarista como su compromiso con los valores de la Iglesia Ortodoxa. Empero, esto no salvó al autor de la quema; algunas partes de sus obras fueron censuradas por ser consideradas indecorosas –como fue el caso de la interpretación de la resurrección de Lázaro por parte de la prostituta Sónechka en Crimen y castigo– y otras fueron incluso cercenadas –como la Confesión de Stavroguin, en Los demonios, que no vería la luz hasta 1922–.
Dostoievski destacó en el terreno político por una defensa a ultranza de la Pravoslavie, la autocracia y el ideario eslavófilo y paneslavo a la par que cargó, abiertamente, contra los Occidentalistas y toda idea revolucionaria. Para ello, se valió de múltiples revistas hasta la fundación de Diario de un escritor, en su propiedad, lo que le permitió verter su opinión. No obstante, si una obra encarna a la perfección su ideología política es, sin duda alguna, Los demonios (1871-1872). En ella, Dostoievski no vacila en posicionarse contra toda aquella idea, a su juicio, subversiva y realiza una crítica feroz al movimiento revolucionario de la época. Sin embargo, la idea primigenia del autor no fue la de realizar una obra de este tipo, sino desarrollar la “vida de un gran pecador” que encontrase, finalmente, la salvación en la Ortodoxia. ¿Qué motivó al autor a dar este giro argumental, pasando de la redención por la fe a una novela de denuncia?

2. La historia detrás de Los demonios
La edición de Los demonios de 2011, por Alianza Editorial, se abre con un texto de López–Morillas que escribe lo siguiente: “El 21 de noviembre de 1869, en un estanque en las cercanías de la Academia de Agricultura de Moscú, fue hallado el cadáver de un alumno de esa institución llamado Ivánov. La muerte había sido causada por una herida de bala en la cabeza y el cadáver había sido arrojado al fondo del estanque con ayuda de piedras atadas al cuerpo. Las diligencias policíacas pronto pusieron en claro que se trataba de un asesinato cometido por un grupo de cinco personas instigado por un tal Sergei Necháyev, joven discípulo y agente del patriarca del anarquismo revolucionario M.A. Bakunin”.

Dostoievski, que en este momento se encontraba en Dresde (Alemania), recibió la noticia del homicidio con especial curiosidad. Se había cometido no sólo un asesinato, sino un verdadero crimen ideológico. Iván Ivánov había pertenecido a un grupo de tendencia nihilista encabezado por Sergei Necháyev. El disentimiento del primero respecto de la metodología del segundo motivó su ruptura con el colectivo, de forma que Necháyev se las arregló para inocular en los miembros el temor de una posible delación de Ivánov, lo que bastó para tenderle una emboscada y asesinarlo. La bala que mató a Ivánov no salió desde una pistola de las fuerzas del orden y la represión contrarrevolucionaria, sino de sus antiguos compañeros, con quienes compartía, en principio, ideología. Por su parte, Necháyev logró huir al extranjero mientras el resto de miembros eran detenidos, juzgados y condenados. No obstante, con el tiempo, las autoridades rusas consiguieron su extradición al Imperio de los zares, donde fue juzgado y deportado a Siberia. Incluso Bakunin, que en un principio quedó encandilado con su personalidad, acabó pensando que realmente se trataba de un enfermo mental sin escrúpulos. De ese macabro suceso, donde Dostoievski vio el fantasma del nihilismo donde otros sólo vieron un homicidio, el autor eslavo se aprovechó para dar un giro argumental a la obra que desembocaría en una crítica política. Ese escrito llevaría el nombre de Los demonios.

La fortezza dove fu rinchiuso nel 1872
La fortezza dove Nechayév fu rinchiuso nel 1872.

Sabemos que Dostoievski mostró un particular interés en el tema. La obra, que se iniciaría en el Dresde de 1869, se finalizaría en San Petersburgo hacia 1871. Durante todo este tiempo, Dostoievski tuvo acceso a notas de prensa, a las actas del juicio e incluso al testimonio directo de su cuñado, hermano de su segunda esposa, Anna Snitkina, quien conocía al asesinado. Para el escritor se presentaba una oportunidad inmejorable para cargar contra las posturas nihilistas y no mostraba el menor reparo en caer en un discurso panfletario, tal y como confesó a Strájov en una misiva en la que le hablaba de su proyecto literario. Para el ruso, el nihilismo constituía uno de los problemas más acuciantes de su tiempo: una ideología, no sólo subversiva, sino peligrosa, como si de una patología mental se tratara, en palabras de la experta Isabel Martínez. No resulta pues, extraño, que el eslavo, parafraseando ahora a López–Morillas, se cuestionara si un nihilista “se hacía o nacía”, algo que podemos apreciar en la complejidad psicológica de los personajes de Dostoievski y las dinámicas que establecen entre ellos, en tanto que cada uno participa de la encarnación alegórica de un ideal.

3. Sobre Los demonios
Toda producción escrita está circunscrita a un contexto concreto, fruto tanto de la mente de un literato como de una época de la que ninguno de los dos puede desligarse. Tanto las circunstancias personales como el contexto histórico hacen la obra. Y, tras ella, pueden dilucidarse los motivos y la realidad que evocaron al escritor a llevarla a cabo. Con todo, no debemos olvidar que Los demonios es una obra literaria, no un documento histórico propiamente dicho aunque podamos analizarlo como tal, por lo que a la hora de interpretarlo debemos tener en cuenta los lenguajes propios de la literatura para captar su verdadera complejidad e intención.

Los demonios, título también traducido como Los endemoniados, presenta una historia donde, si bien todo gira en torno a la figura de Nikolái Stavroguin, cada personaje da vida a una idea, de cuya interacción surge una auténtica novela satírica y de protesta comprensible del todo cuando comprendemos el simbolismo detrás de cada uno de sus actores. La mayor parte de los personajes alguna reguardan relación con Stavroguin, ya se compartiendo lazos de parentesco, amistad o como compañeros ideológicos. Aunque el personaje se mantiene ausente en buena parte de la obra, el asunto que más importante de la misma es el asesinato de Iván Shatov, ex miembro de un grupúsculo radical liderado por un Piotr Verhovenski, quien convence al grupo de que va a delatarles. Entre tanto, el retorno de Stavroguin, tras una estancia en Jura, precipita las acciones que se van sucediendo hasta desembocar en un trágico final donde la práctica totalidad de los personajes acaban malogrados de una forma u otra. Así, a la muerte de Shatov, habría que sumarle el suicidio ideológico de Kirillov, la muerte de Stefan Verhovenski –quien parece ser el único que muere en paz tras reconciliarse con Dios-, el asesinato de la esposa y cuñado de Stavroguin –Maria Lebiadkina y el capitán Lebiadkin- a manos de Fedka, el derrumbe del gobernador y su mujer tras una farsa montada por Piotr Verhovenski con el fin de causar el caos en la ciudad y la sociedad. Verhovenski acabaría huyendo a Europa tras perpetrar el asesinato.
Asimismo, sucede la muerte de la mujer y el hijo recién nacido de Shatov –que, en realidad, es hijo biológico de Stavroguin-, o el asesinato de Liza y su marido a manos de una muchedumbre enfurecida por la muerte de los Lebiadkin. Por supuesto, Stavroguin se suicidaría al final de la misma al no poder arrepentirse sincera y cristianamente, lo que causa su caída definitiva.
En esta obra, Dostoievski ataca toda ideología revolucionaria, especialmente al nihilismo y, aunque desde planos distintos, comete el error de considerar equitativamente ideologías contrapuestas. Para Dostoievski, aquellos revolucionarios de principios de siglo parirían a los nihilistas de mediados y finales del XIX. Así, un débil y pusilánime Stepan Verhovenski, que encarnaría la figura del intelectual liberal y un ideal europeo –que, en suma, era el retrato del historiador Granovski–, sería padre de un nihilista–socialista formado en Europa, figurado en Piotr Verhovenski –cuya personalidad se basó directamente en Sergei Necháyev–.
Por su parte, Stavroguin, quien también estuvo en Europa, logró inocular una serie de ideas nocivas en sus seguidores, vinculadas al ideal revolucionario francés. Shigaliov, por ejemplo, representaría a una igualdad despótica cuyo sistema socialista, asumido por Verhovenski hijo, anularía la libertad humana e impondría una tiranía donde cualquier elemento que descollara “por encima del rebaño” resultaría cercenado.
Por su parte, Kirillov resulta ser una parodia de la libertad. Este personaje desea demostrar que es posible vivir sin Dios, una ficción creada por la Humanidad para hallar consuelo ante la muerte. Su suicidio vendría a fundar un nuevo mundo donde sólo existiera el libre albedrío y la voluntad humana. Aplastado por semejante idea, su muerte vendría a demostrar sus postulados, el fin del miedo a la muerte por parte del ser humano, fundando una nueva sociedad atea. Curiosamente, aunque algo paradójico, el sacrificio de Kirillov bien podría asemejarse a la crucifixión de Cristo, sobre cuya sangre redentora debía fundarse un nuevo ideal de vida basado en el amor al prójimo.
El último de los personajes, basado en el asesinado Iván Ivánov, es Shatov, quien se vincula a la fraternidad y a ésta con el espíritu del mujik y el retorno a la comunidad. Además, Shatov posee una serie de rasgos autobiográficos del escritor eslavo. Su nombre hace referencia a la palabra rusa shatenie (“tambalearse”); no en vano, Shatov es un personaje que, si bien, goza de las simpatías de Dostoievski, aparece como dubitativo, con una fe “tambaleante”: cree en Cristo y en Rusia pero no en Dios, lo que hace que su fe esté incompleta. Su situación nos recuerda precisamente a aquel Dostoievski recién salido de la prisión donde afirmaba que, a pesar de ser un hijo de su tiempo y no poder aceptar una fe sin reservas, pensaba que la verdad estaba en Cristo pero, no de encontrarse en él, preferiría quedarse con Cristo antes que con la verdad.

Michail Bakunin (1814-1876)
Michail Bakunin (1814-1876)

No obstante, el interés de la presente obra no reside sólo en su concepción contra un crimen nihilista en solitario. El asesinato de Shatov es perpetrado por cinco hombres comandados por Piotr Verhovenski, quien logra convencerlos. Aquellos endemoniados se distinguen de Raskólnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, en tanto que este último perpetró su crimen por su cuenta, mientras que en el resto germinó una semilla nihilista plantada por un ideólogo. El crimen de aquellos “endemoniados” –nótese que los mismos aparecen en ese estado porque están ‘contagiados’ por una idea que Dostoievski consideraba nociva– es colectivo, perpetrado por convencimiento e inoculado por un ideólogo. En tal aspecto, la crítica de Dostoievski a estas ideas, que ya subyacían en Crimen y castigo, se perpetúan en esta novela. Siguiendo a Isabel Martínez, si en Crimen y castigo se constata que los ideólogos son responsables del ser humano –y entendemos que son responsables en tanto y en cuanto a que proporcionan ideas a la población–, en Los demonios esta idea se hace más evidente al tener en cuenta que es el propio Verhovenski hijo quien logra, en primer lugar, meter las ideas en la cabeza a su grupúsculo revolucionario. En segundo lugar, también es quien convence a ese grupo para asesinar a Iván Shatov.

4. Los demonios’ de la Rusia del XIX
No cabe ninguna duda, pues, de que Los demonios constituye toda una declaración de intenciones para Dostoievski. La aproximación a este Dostoievski ‘político’ debe ser realizada con cautela. El escritor eslavófilo lanza una imagen poderosa de aquello que rechaza abiertamente. No hace falta realizar una crítica en profundidad para dilucidar cuáles son las intenciones del ruso. No obstante, si ya de por sí es necesario afinar la crítica en un panfleto político, cuando éste está novelado y se produce prácticamente un rechazo, cuando no la demonización de uno o más colectivos, debe afinarse más aún. En este punto, teniendo en cuenta, por supuesto, que estamos ante una novela, uno debe detenerse unos minutos y preguntarse, ¿qué hay de cierto y qué hay de inventado en una obra de este tipo? ¿Cuál es la imagen que nos desea de transmitir Dostoievski?
Sabemos ya, por ejemplo que el autor ruso se basó en un hecho real para llevar a cabo esta novela. A mediados del siglo XIX, durante el reinado de Alejandro II, la diversidad política de Rusia se fue acrecentando, tanto en los movimientos conservadores y eslavófilos como en la fracción occidentalista. A esta última concepción, a la que se opondría el escritor ruso, habrían de sumarse otras concepciones traídas de Europa, como el socialismo y el nihilismo, además del ya asentado liberalismo. Otras, como el anarquismo, tendrían sus ideólogos autóctonos, como fue el caso de Bakunin. Para Dostoievski, no obstante, todas estas ideas eran nocivas y peligrosas para la Santa Rusia y tendió a considerarlas por igual.

Alejandro II (1818-1881)
Alejandro II (1818-1881)

Según leemos en la nota introductoria de López–Morillas, Necháyev había estado en Ginebra aprendiendo las técnicas revolucionarias de Bakunin, de quien adoptó algunas ideas. A su regreso a Rusia, constituyó un grupúsculo de cinco personas, quienes debían seguirle sin oposición y les convenció de que existían más colectivos como el suyo diseminados por todo el país. Cada uno de éstos ignoraba la existencia del resto de grupos, que funcionaban de manera independiente –probablemente para que no pudieran conectar unas células con otras y causar la caída completa de la organización–, pero todas ligadas a un comité central revolucionario. Hacia 1860, los grupos como el de Necháyev contaban con escasos miembros, tenían una vida muy breve y tendían a la conspiración. Uno de ellos, Naródnaya Volia (traducido como “Voluntad Popular”) fue, de hecho, el encargado de asesinar a Alejandro II en San Petersburgo. Anteriormente, el 4 de abril de 1866, otro joven llamado Dmitri Karakózov intentó asesinar al zar, sin éxito. Y, al igual que en el caso de Necháyev, el joven estuvo involucrado en actividades políticas clandestinas relacionadas con grupos radicales, según leemos por Bushkovitch, compuesto en su mayoría por estudiantes. Otro caso sonado fue el de Vera Zasúlich, quien atentó contra el general Trépov por el trato brutal que había llevado a la muerte a un estudiante. La autora de la intentona, por cierto, conoció a Necháyev y el propio Dostoievski estuvo en su juicio.
La juventud, el terrorismo y la condición de universitarios de muchos de estos miembros llevó a pensar a la población que estas instituciones de enseñanza generaban auténticos terroristas depravados, exigiendo una mayor presencia gubernamental. Tal que así, no es menos cierto que estos grupúsculos clandestinos luchaban contra un Estado opresivo, represivo y absolutista donde la participación política estaba limitada apenas a los zemstvos y a algunas revistas políticas. En el caso de los zemstvos, ni siquiera llegaron a gozar de una autonomía plena y su actividad quedó mediatizada por las acciones de la burocracia y las fuerzas de seguridad. Estas constricciones no sólo afectaban a los liberales, a los socialistas, a los anarquistas… sino también a los propios conservadores a pesar de su afinidad para con el Gobierno. Aprovechando el clima de crispación, ninguno de los zares logró deshacer las medidas que habían tenido lugar durante el reinado de Alejandro II. Así, las revistas continuaron su vida a pesar de la censura y se convirtieron en tribunas de opinión política. También existieron una serie de reformadores liberales que llegaron a entrar en el gobierno zarista, conscientes de que Rusia necesitaba de medidas urgentes para modernizarse, sin que ello supusiera una apertura real de la autocracia, dando lugar a una suerte de despotismo ilustrado.

A este respecto, según leemos en la biografía de Augusto Vidal, Mijailovski expresaba una opinión distinta acerca del retrato de Rusia que Dostoievski realizó en Los demonios. Para el crítico literario, Dostoievski erraba al considerar, de manera exagerada, el poder de estos colectivos y no hacer eco del ‘demonio’ del progrso económico, representado en industrias y bancos. Según recoge Augusto Vidal, el autor confundió el anarquismo como una tendencia general de los movimientos revolucionarios.

5. Conclusiones
Aunque fuertemente mediatizada por el pensamiento político de su autor, Los demonios constituyen una lectura tan estimulante como apta para el conocimiento parcial del panorama político de la Rusia decimonónica. Ayuda a esta concepción el hecho de que el libro estuviera inspirado en un caso real.
Además de toda la información recopilada, seguramente la experiencia del autor en el Círculo de Petrashevski contribuyó a dar forma a Los demonios. Dostoievski se benefició de la literatura para reflexionar y atacar lo que él consideraba los grandes conflictos de la Contemporaneidad –el problema del nihilismo, la actuación de grupúsculos radicales de manera clandestina, su modus operandi, etc.–, pero éstos también conviven con una suerte de confusión en la que todos los movimientos aparecen ligados y, por ende, en un plano similar. Es el caso, por ejemplo, de la asociación que encontramos entre Verhovenski padre –quien encarna al liberal– y Verhovenski hijo –quien encarna al radical–. Aunque ambos personifican una idea distinta y el hijo posee un vigor que no se halla en el padre, a sendos personajes los unen lazos de sangre. Si trasponemos esto a un plano psicológico e ideal, encontramos un nexo común entre el liberalismo y el nihilismo y demás ideas revolucionarias, fruto la segunda de una especie de degeneración de la primera. De esta forma, Dostoievski responsabiliza a los liberales del surgimiento del nihilismo, ambas ideas perniciosas para Rusia, procedentes de Occidente y encarnadas en la ‘familia” occidentalista.

Por supuesto, esta vinculación no es casual, sobre todo teniendo en cuenta que el sesgo ideológico llevó al escritor ruso a situar a estos movimientos en un plano similar. Sin embargo, el propio grupo al que perteneció Dostoievski, por ejemplo, se dedicaba más a las tertulias y a la discusiones que a conspirar contra la autocracia, mientras que el movimiento liberal llegó incluso a participar de las reformas estatales y contribuyó a la modernización capitalista e industrial del Imperio de los zares. Además, sin llegar a considerar lícitas o moralmente correctas la violencia desplegada por varios de estos grupos radicales, lo cierto es que en la Rusia del XIX no existía espacio para el debate y la participación política. Los zemstvos estaban controlados y las revistas estaban amenazadas por la censura: las reformas no había alterado las estructuras de un Estado absolutista y represivo donde el zar seguía manteniendo todo el poder. En este clima tan asfixiante, puede resultar comprensible que muchos de los jóvenes que nutrieran estos grupos viesen la violencia como el único motor capaz de transformar el anquilosado aparato ruso.

Sin embargo, unido a este punto, hemos de constar el acierto de Dostoievski a la hora de predecir la tragedia de esta violencia –hecho por el cual, algunos intelectuales apodaron a Dostoievski como ‘El Profeta”–. La Rusia del XIX estaba en plena transformación y las tensiones políticas emergían. En ese aspecto, podemos afirmar que Dostoievski supo alertar y plasmar la violencia que traía el nihilismo y, en un plano igual de importante, señalar la enorme responsabilidad que poseían los ideólogos a la hora de transmitir su pensamiento a la población.
De esta forma, Los demonios constituye una obra maestra que, con su debido tratamiento, puede ser considerada como un documento de análisis histórico interesante, en este caso por la percepción que alguien tenía de esa realidad. De esta forma, con la debida cautela y la metodología adecuada, podemos incluir la literatura como un objeto de estudio histórico en tanto y en cuanto a que en algunos casos puede llegar a plasmar una percepción importante sobre el contexto en el que se escribió. No en vano, el autor y su obra se circunscriben a un contexto del que se nutren y, a veces, intentan evadirse. Pero su contexto es el que es y, quizás, su obra pueda ayudarnos a desarrollar un marco inserto en la Historia Cultural que nos ayude a comprender cómo percibía su época. Esto, no obstante, lejos de dejar cerrado el tema sobre el valor de la literatura, plantea otras cuestiones ligadas a la misma: hay muchísima producción literaria, pero ¿cualquier obra es válida e interesante como objeto de investigación histórica? ¿Todos los escritores son igual de útiles para estos propósitos? ¿Este hecho sólo puede limitarse a las grandes obras de la Literatura Universal o es extensible a otras consideradas ‘menores’?

BIBLIOGRAFÍA

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  • Billington, James H., El icono y el hacha. Una historia interpretativa de la cultura rusa. Madrid, Siglo XXI, 2011.
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  • Dostoyevski, Fiódor, Los demonios. Madrid, Alianza Editorial, 2011.
  • Kropotkin, Piotr, La literatura rusa. Madrid, La Linterna Sorda, 2014.
  • Nabokov, Vladimir, Curso de literatura rusa. Barcelona, RBA, 2010.
  • Martínez, Isabel, “Dostoievski frente al nihilismo”, Cuenta y razón, nº 124, (2002), 48–52.
  • Presa González, Fernando (coord.), Historia de las literaturas eslavas. Madrid, Cátedra, 1999.
  • Vidal, Augusto, Dostoyevski. Barcelona, Círculo de Lectores, 1990.

Autor: Jesús Ricardo González Leal
Revisión: Valentino Valitutti

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